II
Carmen y Sylvie ya están en el tren. Hay mucha gente dentro y casi no pueden andar. Por fin llegan a sus sitios.
Hace mucho calor. Carmen se quita la chaqueta. Sylvie abre su gran bolso y coge una botella de agua. Tiene sed.
—Lo ves, Sylvie, no hay duda: todos estos madrileños se van de vacaciones —le dice Carmen.
Sylvie la mira y sonríe. Carmen es muy simpática. Sylvie la conoció el año pasado en aquella escuela. Fue su profesora de español, ahora son buenas amigas.
—Te veo muy tranquila, Carmen. ¡Qué suerte tienes! Yo no hago otra cosa que hacerme preguntas. No entiendo toda esta historia. Un año sin escribirnos, sin llamarnos por teléfono... Un año sin darnos noticias, y ahora, Otto nos escribe ese telegrama...
—Es bastante raro... pero tú conoces a Otto mejor que yo. No es fácil saber qué tiene en la cabeza. No hace nunca las cosas como todos.
—Sí, es un chico diferente —contesta Sylvie—. ¡Puag! Esta agua está caliente. Es imposible beberla.
Luego deja la botella en el suelo y mira por la ventana sin hablar.
«Pero... un año, un año —se repite la joven una y otra vez—, es mucho tiempo; demasiado tiempo...»
Sylvie cierra un momento los ojos y empieza a pensar en Otto: «No puedo olvidar aquel primer día de clase. Sí, lo estoy viendo, estoy viendo a Otto entrar en clase aquella mañana».
***
—Buenos días, ¿cómo estáis? Yo me llamo Carmen y voy a ser vuestra profesora de español estas cinco semanas. ¿Cómo os llamáis? —pregunta Carmen después de sentarse y dejar su bolso encima de la mesa.
—Mi nombre es Alec —contesta uno de los estudiantes.
—¿Y de dónde eres, Alec?
—Yo soy alemán, de Berlín ——contesta Alec.
—Yo soy Ruth, también soy de Berlín —contesta otra estudiante, sentada a la derecha de Alec.
Todos empiezan a decir cómo se llaman y de dónde son.
—Y yo me llamo Sandra. Soy de Stuttgart, pero ahora vivo en Múnich.
—¿Y tú? —pregunta Carmen a una chica morena de ojos verdes.
—Yo soy francesa, de París... y me llamo Sylvie.
—¿Conocéis España o estáis aquí por primera vez?
—Hemos venido muchas veces —explica Sandra.
—¿Cuántas veces? —pregunta Carmen.
—Doscientas, doscientas cincuenta... ——contesta ahora Alec.
Los jóvenes no dicen nada más. Todos ellos parecen estar de acuerdo con Alec. Carmen no sabe qué pensar; no entiende qué está pasando. Ella los mira uno a uno y sonríe. Después va hasta la pizarra y escribe: «200, 250».
—Sí, doscientas, doscientas cincuenta —repite Alec.
—¿De verdad..., estáis seguros? —pregunta Carmen un poco nerviosa.
Todos contestan que sí con la cabeza. Carmen no dice nada. «No puedo creerlo —piensa—. Me parece que ya estoy vieja y no oigo bien.»
—Y... ¿cuál es vuestro trabajo? —les pregunta después.
—Somos pilotos y azafatas... —contesta Sylvie .
Ahora todos empiezan a reír. También Carmen.
—Conocemos muy bien los aeropuertos españoles... ——explica Ruth.
—Y también los hoteles... —dice Sandra después.
En ese momento se abre la puerta de la clase y entra un chico alto, rubio, de ojos grandes y muy abiertos. Lleva una bonita camisa verde agua y unos pantalones azules. Anda despacio, sin decir nada y se sienta detrás de Alec, muy cerca de Sy1vie. Carmen se pone las gafas y lo mira bien. Sí, es el mismo chico del bar de la estación.
—Buenos días. Tú también eres nuevo, ¿no es así? —pregunta Carmen un poco enfadada.
—Sí, siento llegar tarde ——explica el chico con la cabeza. No conozco bien esta parte de la ciudad y me he perdido... Me llamo Otto, en español «Otilio», y soy alemán.
—Otto... ¡Ah, sí! Aquí tengo tu nombre.
Carmen lee en su cuaderno y repite: «Otto, Otto Lilienthal».
—No, ése es el padre de mi abuelo.
—Tu bisabuelo —explica Carmen.
—Sí, eso es... mi bisabuelo —repite el joven, Yo soy Otto Lilienthal Jr.
—Y dime, Otto Lilienthal Jr., ¿tú también eres piloto?—pregunta Carmen divertida.
—No soy estudiante. Voy a empezar a estudiar arquitectura en la universidad. Ahora estoy de vacaciones. Pero me gusta mucho volar.
Sylvie está mirando a Otto desde el principio. Le parece un chico muy guapo.
—Bueno, chicos, vamos a ver qué me podéis contar en español —dice Carmen. Alec, ¿puedes hablarnos un poco de vuestro trabajo? ¿Es difícil pilotar un avión?
—Volar en avión es fácil —empieza Alec.
—Es más difícil volar sin avión —termina Otto.
Todos se ríen.
—Quiero decir que volar en un avión no es divertido. Es más interesante volar sin motor, como los pájaros.
Carmen no dice nada. Hoy no es fácil dar la clase.
—Eso no es posible —contesta Sandra.
—¿Por qué no? Mi bis... ¿Cómo dijiste, Carmen?¿Bisabuelo? —pregunta Otto a la profesora.
—Sí —contesta ella.
—Pues, mi bisabuelo lo hizo.
—¿Quieres decir que tu bisabuelo tenía alas? —pregunta Sandra.
—Sí algo así... —contesta Otto muy seguro.
Los otros chicos se miran entre ellos y empiezan a reír.
—Yo vuelo muchas veces. Todas las noches tengo el mismo sueño. Me ocurre desde los tres años. Cierro los ojos y empiezo a volar. Ahora puedo volar también —Otto cierra los ojos—. Ya estoy volando. Vuelo por encima de unas montañas muy verdes. A la izquierda puedo ver un río de color azul. El sol está jugando en sus aguas claras, corre entre las montañas hasta llegar con el río a un bonito pueblo. Desde una plaza del pueblo la gente mira cómo aterrizo.
Todos miran a Otto sin decir nada. Después de un momento Ruth parece acordarse de algo y dice:
—Ese apellido... Lilienthal... Hay un Lilienthal, un Otto Lilienthal, un hombre muy rico... ¡Claro, ya sé, fue muy importante para la historia de la aviación alemana... ¿Tú eres de la familia de aquel Lilienthal? —le pregunta Ruth a Otto.
—Sí, Otto Lilienthal es mi bisabuelo. Un gran hombre. Él fue el inventor del primer planeador. Yo soy como él, mi padre siempre lo dice.
—Bueno, ya es la hora. Para mañana, por favor, estudiad el capítulo I y haced los ejercicios —dice Carmen para terminar la clase.
Sylvie está saliendo de la escuela y en la puerta se encuentra con Otto.
—Oye, Otto, ¿tienes prisa? —le pregunta.
—No, ¿por qué? ——contesta él.
—¿Quieres tomar algo conmigo? Así me hablas un poco más de tu familia.
—De acuerdo, ¿dónde vamos?
—Ahora, en agosto, casi todos los sitios están cerrados. Es difícil encontrar un bar abierto para tomar café.
—Ven —dice Otto—, yo conozco un lugar y está muy cerca de aquí.
***
III
En todo este año sin todo ese año sin noticias, Sylvie no ha podido olvidarse de Otto. Ha sido un buen amigo y ella siempre se acuerda de los amigos. Además, ahora sabe que siente algo muy especial por ese chico.
El tren está tranquilo. Muchos duermen. Otros escuchan música o leen. Un tren es también un buen lugar para pensar. La gente mira por la ventana y siente pasar la vida delante de sus ojos.
Fuera, el campo está amarillo. Hace muchos meses que no llueve en España. Los pájaros parecen correr detrás del tren. Los árboles también parecen moverse.
Carmen y Sylvie están viajando desde hace ya tres horas.
—Sí, Carmen, estoy segura: Otto se casa. Por eso dice: «UN DÍA MUY IMPORTANTE EN MI VIDA».
—Pero no habla de boda. No, Sylvie. Otto nos tiene algo preparado en El Barco de Valdeorras, pero su boda no. No creo. ¿Qué otra cosa puede ser? No lo sé. Sólo allí lo vamos a saber.
El tren va más rápido ahora. Lejos quedan ya el ruido de la ciudad y las calles grises de Madrid.
Detrás de Sylvie, unas chicas jóvenes empiezan a cantar. Carmen cierra el periódico y las escucha divertida.
Sylvie coge el periódico, pero no puede leer. Sólo puede pensar en Otto. Ha estado muy enfadada con él, y todavía lo está un poco. Irse así, sin decir nada, sin decirle nada a ella, su gran amiga. Pero es verdad: como dice Carmen, Otto es un chico diferente. Ella lo sabe muy bien. Aquel día del verano pasado en el bar, después de salir de clase...
***
Paco, el camarero de la estación del Norte, ve llegar otra vez a Otto. Y ahora viene con una amiga.
—¿Qué van a tomar, señor, un chocolate y un pincho de tortilla para usted, y para la señorita...? —pregunta Paco.
—No —contesta Otto.
—Ah, ¿no?
—No, son dos; dos pinchos de tortilla y dos chocolates muy calientes, por favor.
Paco vuelve a la cocina. Habla solo: «Paco, tranquilo —se dice—. No pasa nada. Piénsalo bien, Paco, no es nada malo tomar chocolate con tortilla. ¿Por qué no?».
—Aquí tienen dos chocolates calientes y dos pinchos de tortilla —dice ahora a Sylvie y a Otto—. La tortilla es de esta misma mañana. Todavía está caliente. ¿Quieren algo más?
—No, muchas gracias, está bien así —contesta Sylvie.
—Oye, Sylvie, tú, ¿por qué estudias español? —pregunta Otto a su compañera de clase.
—Muy fácil; debo hablarlo bien por mi trabajo. Ahora es muy importante saber español. Además, me gusta mucho España.
—¿Dónde vives?
—En París, en un pequeño piso del centro de la ciudad. Vivo sola. Bueno, con mi perro; se llama Pasodoble.
—Ése es un nombre muy español, ¿no es así? —pregunta Otto.
—Sí, es el nombre de un baile típico. Mi perro es muy pequeño y por eso anda así... con pasos dobles.
Paco sonríe. Esos chicos son divertidos. Un poco raros, pero simpáticos. Por eso se queda cerca de ellos, para poder escucharlos.
—Y tú, Otto —pregunta ahora Sy1vie—, ¿por qué estás en España?
—Dentro de un año empiezo a estudiar arquitectura en Alemania. Pero antes quiero conocer otros países, otras gentes... España me parece muy interesante. Mi bisabuelo habla mucho de España en su diario. Esos pequeños pueblos de Galicia, León, Asturias...
—Otto, ¿por qué dices que vuelas desde los tres años?
—Es verdad, empecé a volar a los tres años. ¿Te cuento la historia? ¿Quieres?
—Sí, por favor ——contesta rápido Sylvie.
Otto bebe un poco de chocolate. Se queda sin hablar un momento. No mira a Sylvie, tiene los ojos perdidos. Parece estar en otro sitio, lejos. Por fin dice:
—Todo empieza un día de primavera, en el mes de abril, en la vieja casa de campo de mi bisabuelo. Estoy jugando en el jardín, sentado en el suelo, con mis pantalones cortos y una camisa blanca. Mis padres se han ido a la ciudad. Mis dos hermanos están allí, con unos amigos. Están hablando y mirándome. Luego vienen y mi hermano mayor me coge de la mano. Me llevan detrás de la casa. Allí tenemos los pollos.
—¿Los pollos? —pregunta Sylvie.
—Sí, los pollos, esos pájaros grandes, blancos. En francés se llaman «oies», creo... Pero yo no sé mucho francés... Mi padre es un hombre de campo y le gusta tener pollos... siempre comemos uno los días de fiesta.
Sylvie no sabe qué hacer para no reírse. Bebe un poco de chocolate.
—No, Otto, esos pájaros no son pollos. En español se llaman ocas —explica por fin la chica.
—Bueno, sí, ocas... ocas —repite Otto un poco enfadado—. Pues mi hermano me dice. «Otto, ven, no te va a pasar nada, tranquilo. Ahora vas a volar como nuestro bisabuelo». Él coge una de las ocas, muy grande. Entramos en casa los dos, con el animal. Los otros se quedan en el jardín. Vamos a mi habitación, en el primer piso. Allí, mi hermano me lleva hasta la ventana. Sube la oca, me sube encima de la oca y...
Sylvie escucha. Le parece que está en medio de un sueño.
—En ese momento, la oca abre sus grandes alas y empezamos a volar. Al principio tengo los ojos cerrados, pero después los abro. Es muy divertido mirarlo todo desde arriba, veo el jardín, mi hermano Sigmund, sus amigos...
—¿Y...? —pregunta Sylvie bastante nerviosa.
—¿Después? Después me veo a mí en mi cama. Mi madre está conmigo y me dice: «¡Mi Otto, mi pequeño Otto! ¡Cómo pudieron hacer eso tus hermanos! ¡Matarte casi! No sé qué voy a hacer con ellos».
—¿Y no te rompiste nada? —pregunta Sylvie.
—Sólo una pierna, tuve suerte...
Tomado del libro de Rosana Acquaroni Muñoz:
El sueño de Otto, Editorial Santillana, |